martes, 12 de mayo de 2009

Alicia Tejeiro Rodríguez, vivir entre bambalinas

Le hablaba Antonio Gala a Troylo del teatro, eco y espejo de la sociedad. Le hablaba de los nervios del estreno y de que él, Gala, no era un hombre de teatro, sino un escritor que de vez en cuando escribía obras de teatro y de que se lo habían repetido en todos los tonos. Se lo decía a Troylo con motivo de la presentación de su Petra Regalada, y nos lo comunicó a los lectores a través de las charlas con su perrillo publicadas en El País dominical, recopiladas en un libro de Selecciones Austral editado en 1981. Ha llovido desde entonces y muchos telones se han cerrado, tal vez, para siempre.
Alicia Tejeiro vive en Casatejada. Fui a verla con una novela en la mano que resultó una anécdota escrita en ¡quince días! para rellenar una jornada desocupada de la Semana Cultural de ese municipio. En un pis pas lo llevaron a la imprenta y, editado por el Ayuntamiento, tuvo una tirada de cinco mil ejemplares. Tal cual.

«Eternamente tuya»
El libro es una novela corta en la que una mujer, Nora, entrega su alma al diablo para no sufrir más los malos tratos de un marido en permanente, y desgraciada, actualidad. Son hechos tristes, aunque el final difiere bastante de las noticias a las que estamos habituados. Dice que no volvería a escribirlo, que no es un referente, que su vida, su inquietud, siempre ha estado ligada al teatro. Antonio Gala no es un hombre de teatro, aunque de vez en cuando escriba alguna obra. Y Alicia no es una novelista, es una mujer de teatro, aunque una vez escribió la novela por la que nos hemos conocido.
Del valle de las cerezas, nacida en Jerte, partió con su familia en los vagones de la migración interior, rumbo a la industria del País Vasco. Casatejada, en el tiempo, ha sido el destino de esta mujer que observa al mundo como si fuera un escenario.
Ver que los niños no tienen ninguna actividad después del colegio la incita a formar grupos de teatro, por su cuenta, de manera absolutamente desprendida, generosa. El teatro, además de un juego para ellos, es un medio para que los niños lean. Y ahí se lanza, ahí nos lanzamos, al vértigo del escenario, entre bambalinas, tramoyas, tragedias, comedias, la magia de las candilejas en una tarde tranquila de viernes, fría en las calles, cálida en la trastienda de un negocio familiar en Casatejada. El eco de los aplausos, la satisfacción de llegar al último acto.
Su dicción es de mandato, su conversación fluida, clara, arrolladora, es directora de escena, dirige la función envolviéndome en su discurso, apuntándome un guión indeterminado, «tú pregunta lo que quieras, que yo hablo mucho». Casi no hace falta preguntar porque se arranca de un impulso abriendo de golpe la magia de la escena.
Se ha atrevido con todo, y no es osadía, es trabajo. Por eso cuando la llamaban para poner en funcionamiento un taller no ponía fecha de finalización: «la obra termina siempre con la representación del último acto». El eco de los aplausos engancha, es la satisfacción del trabajo bien hecho. Influye todo, los focos, los silencios, la música, el sentido hondo de las palabras, la expresividad de los gestos, de todo se ocupa para lograr la complicidad de los espectadores, la ilusión por olvidar los problemas cotidianos. Hizo incluso adaptaciones, pero no conserva ninguna porque tiene un elevado sentido de la autocrítica.
Es lectora compulsiva, se le adivina su cultura inquieta, desde las clases particulares que impartió a sus hijas, aprendiéndose ella primero las lecciones, hasta las clases extraescolares transmitiendo el hechizo dramático.

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