martes, 12 de mayo de 2009

EL PERISCOPIO














OPERACIÓN TANGA



«Macho, lo tengo decidido, mañana voy a ver a Tejera y me apunto al gimnasio». Mi amigo Tomás, después del periodo de hibernación y ante la llegada de la primavera, ha resuelto, por enésima vez, que lo mejor es ponerse a plan. «Si es que ayer, organizando el cajón de la oficina, me topé de nuevo con las fotos de nuestra escapadita a Lisboa, ¿te acuerdas?. ¡Menuda odisea con el 850 Especial!. Y es que casi no me reconozco. Me dio la vena, subí al dormitorio, me quedé en gayumbos, cerré los ojos delante del espejo de cuerpo entero, y cuando los abrí… ¡tenía flotadores adosaos! Me miré de frente, de perfil, por la espalda… ¡no había por donde cogerme!...bueno sí, ¡se me podía coger por tos laos!».

Aunque decidido, le veo agobiadillo, por lo que no me atrevo a recordarle que el año pasado, más o menos por las mismas fechas, me contó algo muy parecido. Una vez comprobado que los pantalones frescos no le quedaban como la temporada pasada, tomó la determinación de recuperar el espíritu de la playa de Caparica, y rescatar aquel cuerpo serrano que adornaba el marcapaquete Meyba de rayas.

Y se puso en manos de Jose, su idolatrado personal treiner. El maestro le recibió con un gesto de paciencia franciscana, con su saber estar zen-tibetano, y con una media sonrisa, mezcla de comprensión y de reprobación. «Ponme un programa de choque pa bajar kilos, que me tengo que meter en el bañador del verano pasado. No quiero que mis amigos gaditanos piensen que ya me he abandonao».

Bastaba con recuperar la desgastada ficha que años anteriores el preparador había confeccionado con el mismo fin. Le costaba admitirlo, pero aquello, lo de volver al gimnasio, era un suplicio. «Todo sea por lucir palmito sin complejos por la playa de la Barrosa»me decía cañeando en la terraza de la Salá. Y es que, entornando los ojos, te podía recitar de carrerilla el vía crucis por el que tenía que pasar para sudosuccionar su rechoncheces.

Lo jodido empezaba en el vestuario. Cuando llegaba, a media tarde, después del curro, el chiringuito estaba petao. Más que desnudarse, hacía un pausado full monty – sin música sexy, ni espectadoras desatadas- para dar tiempo a que los otros, los cachas, se cambiaran y le dejaran sólo preguntándose qué coño hacía él allí. Cuando, por fin, accedía a la sala de maquinas, él sólo veía, con el rabillo del ojo, suazenagers e isotónicas. Embutido en su apolillado Adidas azul marino vintage, sudaba la gota gorda jadeando media hora en la bicicleta estática. Luego, medio mareao, repasaba la ficha. Dorsales, pectorales, michelinares, hombros, brazos, culo y caderas, y de propina, 50 abdominales a mala leche, para ir en busca de las tabletas perdidas. Pero no había manera.

Año tras año, Tomás se quedaba con la miel en los labios, y con una talla más, aunque humor no le faltaba. Cuando las vacaciones estivales estaban a la vuelta de la esquina, me solía decir al fresco de los viernes noche «¿No me ves más fino?... ¿A que sí?» contestaba él mismo, sin darme tiempo ni a mirarle. «Pues vamos a celebrarlo. Alberto, una de croquetas, una de huevos rotos, una de orejas con tomate…ah, y una Coca Cola Zero…¡que tengo que cuidarme!.».



Fernando Alfonso



No hay comentarios: